Verídica Historia del ARTESON

SEMBLANZA


Más que hacer un Prólogo de esta obra -que podríamos llamar casera- escrita por uno de nuestros más recordados convecinos con carácter de pasatiempo, prefiero dejar aquí constancia de los recuerdos de mi infancia que me llevaron a admirar el autor, conocer a casi todos los personajes del Artesón y a través de ellos, las costumbres y los tipos másnturiosos de esta excursión.

Nacido yo cuando todos estos personajes eran venerables ancianos y algunos habían desaparecido, sin embargo, sus figuras me son casi familiares, por recordados, y porque, además, llevaban sobre sí el inconfundible sello del menestral de finales del siglo XIX, y conservan algunos la impronta caballeresca a lo Quijote, tan característica de su época.

Para nosotros, nacidos en este siglo, sobre las costumbres y el ambiente revolucionario por la influencia de dos guerras universales, casi en su amplitud, y otra, interior, que han trastornado la sistemática de la nación, revivir en las páginas de esta estampa aquellos afanes y aquellas virtudes nos produce el regusto de saborear trozos de nuestros mejores clásicos y, sobre todo, ir de la mano del glorioso Cervantes por caminos andados en nuestra juventud.

Era yo un chicuelo que apenas sabía distinguir más allá de los juegos propios de los seis años, y recuerdo, perfectamente, la figura entera, simpática y venerable de D. José Garófano Alcántara, a por costumbre tan usada y mantenida en mi natal ALGARINEJO, chicos y mayores conocíamos por el apelativo de “Joseico Vieja”, dueño y maestra de una zapatería de taller, la más famosa que hubiera en el pueblo, no solo por su clientela, sino por sus servidores y aprendices. Escuela de artesanos que andando el tiempo habrían de acreditar la sabiduría de su maestro en el arte del tirapiés, y escuela también de picaresca, de chispeante charla y trato, que lo mismo iba de encopetada señora rural a la sirvienta, que del ricohacéndolo al inocente zagal. Para todos tenían, los oficiales de aquel taller, su referido o refrán y, sobre todo, para el sexo hermoso, que jamás pasaba por la puerta sin llevarse prendido al vuelo del vestido toda una lección del florilegio andaluz, sobre todo, si eran jóvenes.

Vivía Joseico enfrente de nuestra casa solariega. Sobre maestro cortador de calzado era gran conservador, fino catador de espíritu, docto consejero, pirotécnico tradicional ejecutor de los pasos de Semana Santa y enciclopedia viviente de los hechos y personas del pueblo.

Gustábamos los chicos en el invierno de acudir al taller de pirotecnia con aquel de ayudar, pero, en realidad, para engañar y sacar en los bolsillos algún que otro petardo y triquitraque con que divertir nuestro genio inquieto y asustar, más de una vez, con imprudentes bromas, a las personas serias de nuestra familia. A todas horas había un mocosuelo pidiendo en la zapatería algún cabo, cerote, trocito de suela o de material, piel, etc...

D.José, que ya tenía carga de hijos y nietos, no desdeñaba la ruidosa concurrencia de los vecinitos y, algunas veces, tirapiés en ristre, espantaba a los más recalcitrantes diablillos. Pero, pese a ello, era un patriarca, a toda su humanidad.

Joseico no estaba ocioso nunca, pues terminado su trabajo en el taller, se daba su diario paseo a las Huertas, hacía su visita a la iglesia, se paseaba por la tertulia del Casino o se sentaba a la puerta de su casa, y todo ello, sin dejar sosiego a su charla amena.

Joseico fue siempre en Algarinejo lo que se ha dado en llamar una “Institución” y conservó felizmente sus mejores cualidades y facultades hasta poco antes de su muerte, cuando ya se acercaba a los noventa; de él , de sus personajes y de su taller y habilidades solo queda el recuerdo; de la generación de aquellos chicuelos revoltosos, también fueron desapareciendo muchos, incluidos nuestros padres y mayores, generación intermedia entre los actores de esta historia y la actual generación.

Cuando yo era un estudiante de quince años, hice varias copias de Artesón original, que el tiempo se ha encargado de hacer desaparecer en la vorágine y mudanzas familiares, y, cuando ya perdida la esperanza de recuperar tan agradable historia, unos descendientes de su autor me han proporcionado, bastante maltrecho y ciertamente incompleto un ejemplar, que he procurado reconstruir y reproducir.

Homenaje sincero a aquel venerable anciano al que tantas veces he recordado en los amargos avatares de mi accidentada vida. Y si os digo que la lectura de las páginas del Artesón me reconforta, porque de sus conceptos obtengo una magnífica lección de humanidad que suaviza mis turbadas inquietudes, os explicaréis perfectamente la inmensa satisfacción que me ha producido rendir este tributo de admiración a tan preclaro paisano, al par que la paz de mi espíritu ha obtenido en la copia de su relato una recompensa difícil de describir.

A cuantos, dentro o fuera del círculo familiar, conocieron a D. José Garófano Alcántara, pido que compartan conmigo este pequeño homenaje a su memoria.


Cristóbal Cáliz Almirón
Algarinejo - Madrid
(15 - Septiembre - 1.959)